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Las víctimas, la verdad y la justicia (¡ah! y el periodismo)

Las nueve asociaciones de víctimas de ETA han expresado su "profundo dolor" porque aseguran que un académico universitario y diputado español del Parlamento Europeo, Pablo Iglesias, "contribuye y apoya la estrategia del mundo de ETA de blanquear su historia de terror y justificar el asesinato, el secuestro y la extorsión de cientos de ciudadanos inocentes, así como coartar la libertad de todos los españoles".


¿Qué dijo Iglesias? “Si tengo ocasión de hablar en el Parlamento Europeo de ETA, diría que ha producido un enorme dolor pero también diría que tiene explicaciones políticas”. Aclaró que comentar la existencia de esas causas no significa que apoye el terrorismo: “Hablar de un problema y tratar de analizarlo políticamente no implica estar de acuerdo con él.”

No sé si es posible sentir el dolor de una víctima sin haber sido la víctima. Se puede estar cerca, acompañarlas, llorar... pero sólo la víctima está dentro de ella misma. Una vez hablé con mujeres que habían sufrido las formas de violación más terribles y difíciles de  imaginar en el Congo... y por más que contener las lágrimas era imposible, ¿qué podía saber yo sobre su dolor?

No obstante:
¿Es correcto que el dolor de las víctimas condicione la investigación científica, los procesos judiciales o el periodismo? ¿Tenemos que dar a la versión de una víctima una importancia mayor o menor que a otros datos que la complementan, la completan o la contradicen? Más allá: ¿Debemos ignorar esos otros datos? ¿Es correcto que el dolor de las víctimas condicione la política de un país? ¿Se tiene que seguir adelante en un conflicto hasta el final, despreciando las oportunidades de terminarlo si eso no satisface a las víctimas, y a pesar de que de esa forma se provoque que haya nuevas víctimas? ¿Cuánto hace falta exprimir a los victimarios para hacer sentir mejor a las víctimas? ¿Y qué hacemos con las víctimas del bando contrario, o las de otros lados opuestos, con versiones diferentes de lo ocurrido y su propio dolor?

Las víctimas tienen una verdad, pero... ¿es ésa la verdad para todos, para todo?

Es normal que las víctimas sientan que su dolor les da de alguna forma precedencia.

Es normal que las víctimas sientan que lo que vivieron les da una perspectiva única del mundo, una que no pueden entender quienes no han pasado por lo mismo.

Es normal que interpreten algunos actos y dichos como ofensa personal.

Tenemos que comprenderlo. Pero no tomarlo como una regla absoluta.

Las víctimas necesitan apoyo, justicia y espacios de participación para que su situación sea tomada en cuenta en la toma de decisiones. Pero idealmente eso no debe afectar de forma negativa el interés común, los objetivos de la comunidad y la búsqueda (judicial, científica, periodística, etc.) de una verdad que sea válida a un nivel superior que el individual o el de grupo.

Quisiera dejar esto bien anotado: por regla general, el ser víctima no le da a una persona una visión más clara de la verdad. Ni siquiera sobre el contexto en el que se dio su tragedia, ya que el dolor es enemigo de la claridad y de la reflexión.

Cuando hay dolor, otros sentimientos humanos priman sobre la fría búsqueda de la verdad, desde la frustración, la desesperación y el pesimismo hasta el deseo de venganza. Depende de cada persona.

¿Les ocurre esto a todas las víctimas? ¡Claro que no!

Hay ejemplos de claridad, como el que acaba de dar, en medio de una algarada de odios étnicos, la familia del joven israelí Neftalí Fraenkel, después de pasar por las semanas más terribles imaginables, entre el secuestro del muchacho, la búsqueda angustiosa y el triste hallazgo de su cadáver, junto a los de dos amigos. Para muchos israelíes, la victimización de Fraenkel y compañeros fue un llamado a la venganza generalizada contra quien tenga la culpa o no, ya se harán las preguntas después. No es raro, sino un comportamiento común entre las víctimas: la furia se justifica por el dolor.

Lo inusual fue que, cuando alguien secuestró y asesinó a un chico palestino, aparentemente en venganza, la familia de Neftalí salió a decir que se trataba de algo “horripilante”. Su tío, Yisahi Fraenkel, declaró: “No hay diferencia entre sangre (árabe) y sangre (judía). El asesinato es el asesinato. No hay perdón ni justificación para el asesinato”.

Si reacciones como ésta fueran predominantes en la especie humana, tendríamos otro mundo, otra historia. La realidad demuestra que son poco comunes. El dolor activa nuestros instintos más primitivos, no nos permite pensar.

PARA ENTENDERNOS BIEN
La primera versión de este artículo, en Cuadernos Doble Raya, motivó un debate porque algunas personas, relacionadas de alguna forma con víctimas, se sintieron ofendidas o quisieron aclarar casos particulares. Una de ellas, acompañó sus comentarios con la aclaración de que es una hija de un expreso político, como si tal condición de alguna forma debiera darle un valor diferente a sus afirmaciones. Eso también es una reacción normal entre las víctimas: “me pasó esto, de manera que debes admitir que tengo razón”. Su primer comentario fue: “nada más te faltó que hay que darles las gracias a los victimarios”. Algo que de ninguna manera dije, sugerí o dejé entender.

Después expresó: “Me hiere que se pueda pensar que porque el victimario tenga ‘razones’ políticas, religiosas, etc. esté de algún modo justificado que ejerza la violencia en contra de alguien más”.

Lo cual desoye precisamente lo que había aclarado Iglesias: tratar de entender no significa justificar. Pero a algunas víctimas, el solo hecho de preguntarse por qué se cometió tal crimen les suena como a un intento de exonerar al criminal; encontrarles sentido a las cosas, averiguar por qué las hicieron, parece un ataque a la víctima, que entonces dice “me hiere”… y la discusión cae del nivel racional al de los sentimientos y lo íntimo: no hables de esto porque lastima. Después se llegó al punto de que usar la palabra “entender” confundía, porque se tomaba como mostrar simpatía, en este caso por las causas de ETA, en lugar de su significado estricto, técnico y desprovisto de emotividad.
En otro momento, una reconocida investigadora social colombiana, Laura Bonilla, trató de reubicar la discusión desde el plano de lo que ocurre en su patria: para ella, las víctimas sí deberían condicionar las política de un país. Me parece que el problema aquí es de precisión del concepto “condicionar”, porque para ella, incorporar una agenda, en este caso la de las víctimas, ya es condicionar, en tanto que yo lo uso en el sentido de imponer condiciones. Laura describió la forma en que las víctimas han sido revictimizadas en Colombia, en tanto que los victimarios siguen enquistados en el poder político y económico y a las víctimas del conflicto no se las quiere ver ni reconocer.

Me parece muy importante visibilizar a las víctimas. De hecho, eso es parte de mi trabajo. Y es necesario para cualquier sociedad incorporarlas a sus procesos de toma de decisiones, para cumplir objetivos específicos de ese sector y generales del país. Pero eso es diferente de tratar de imponerle al Estado y a los conciudadanos una visión, y actuar para impedir que se discutan otras.

Más adelante en la discusión, Laura incorporó otro aspecto muy importante del problema: si ponemos el dolor de las víctimas como elemento central de decisión, ¿qué hacemos cuando las víctimas, o los grupos de víctimas, sostienen un posturas políticas divergentes o contrapuestas? Escribió: en Colombia, “un sector de las víctimas tratará de que no haya proceso de paz (aunque sea absurdo), mientras otras luchan por ser reconocidas como parte en la mesa de negociación”.

En España ocurre algo parecido: hay víctimas que no sólo no quieren que se trate de comprender el trasfondo social y político que dio origen al terrorismo de ETA, sino que tratan de utilizar su peso moral de víctimas para sabotear el proceso que está llevando a cerrar este terrible periodo de casi medio siglo de violencia.

Al final de este artículo, incluyo una postdata con varios casos internacionales en los que el peso del problema de las víctimas es muy distinto, a veces subvalorado, otros lo contrario. Creo que nos ayudará a reconocer las dificultades y los riesgos.

ENTENDER PARA PREVENIR
Entre periodistas tenemos una larga discusión sobre cómo tratar el dolor de las víctimas, como hacer nuestro trabajo y reportar lo que ocurre sin contribuir a causar más dolor. Pero un aspecto muy importante, del que sospecho que se prefiere no hablar para no parecer insensible, es el tratamiento que se le debe dar a la información que nos dan las víctimas:

¿El periodista bueno debe dar por cierto todo lo que le dice quien está en medio del dolor e, inevitablemente, sólo ha podido percibir una parte de lo ocurrido?

Y el juez bueno, ¿debe dar por válido lo que sostiene una víctima por el hecho de que se trata de una víctima?

¿No hay víctimas que se confunden, que se equivocan, que no lo vieron todo, que exageran, que dicen mentiras?

¿Qué pasa si el periodista y/o el juez buenos llegan a conclusiones equivocadas y acusan en falso, si condenan por error?

La sensibilidad es muy importante pero, como el juez, el periodista tiene que poner siempre por delante la frialdad profesional. Porque la justicia no es la justicia de la víctima, es la justicia en sí misma, para no hacernos cómplices en la producción de más injusticia, para no convertirnos en los autores de nuevas injusticias.

Para hallar caminos que nos sirvan a todos (incluidas las víctimas, porque empantanarse en un conflicto también es malo para ellas ), lo que necesitamos es entender la realidad, no imponerle el peso del dolor, propio o ajeno.

Yo repudio a ETA. Totalmente. Hoy como siempre. Recuerdo ahora el asesinato miserable y cobarde de Ernest Lluch, ocurrido el 21 de noviembre de 2000, semanas después de que yo llegara a vivir a Madrid a estudiar el doctorado. Fue un acto especialmente sin sentido, sucio, torpe, vil, tal como las mentes obtusas de esa banda. Pero detrás de sus acciones hay explicaciones políticas: eso es un hecho científico y político, como las hay en casi todos los actos políticos --ese "casi" colocado ahí tan solo para excluir los casos de auténtica locura--.

Hasta en el secuestro de 200 niñas nigerianas por Boko Haram hay explicaciones políticas, no se produjo por capricho, y buscarlas no significa justificarlo: no se puede combatir el fenómeno si no se entiende por qué se produce, y para eso necesitamos encontrar las explicaciones de todo tipo, en este caso políticas.

"No admitimos que la violencia terrorista tenga una explicación política", declaran las asociaciones de víctimas de ETA.
No está en sus manos alterar la ciencia política para acomodarla a su dolor. No deberían poder modificar ni la justicia ni el periodismo.

Y si el objetivo es impedir que ETA reaparezca en el futuro, con ésos u otros nombres, formas e integrantes, es preciso entender y atender sus explicaciones políticas, que no pueden ser simplificadas: son múltiples y muy complejas. De otra forma, habrá más víctimas y más verdades individuales y más dolor.

Hay que aprender de Mandela, el hombre que pactó la paz con su opresor y que invitó a cenar a casa a su carcelero: es gracias a él que muchos que hoy podrían haber perdido a su familia o estar ellos mismos muertos, es decir, muchas personas que hoy podrían ser víctimas en la realidad, no lo son.

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POST-DATA
Caso español: hay víctimas (NÓTESE que digo HAY víctimas, para que no me acusen después de generalizar a todas las víctimas) que no van a estar contentas hasta el aplastamiento total de ETA, hasta que cada integrante, colaborador y simpatizante pase la vida en la cárcel. No les importa si con esto, el conflicto se alarga indefinidamente, llega una nueva generación y vuelve a matar. No les importa si con esto se cometen injusticias, porque para derrotar a ETA se aplicó una política de mano extra-dura que significó comprometer las instituciones del Estado democrático en la suspensión dirigida de varias de sus garantías.

Si esto sirvió para ahogar al entorno de ETA, como medida extraordinaria, debe ser utilizada durante el menor tiempo posible, apenas lo indispensable, para lograr los objetivos fundamentales, y retirarla. La alternativa es mantener a la mitad de la población del País Vasco en una situación de antidemocracia permanente.

Cuando las víctimas anteponen su condición a cualquier otro razonamiento, adoptan una actitud de derechismo autoritario, tanto por su deseo de censurar el libre debate como por el de utilizar la fuerza del Estado, sin garantías, contra quienes perciben como victimarios --y tal vez algunos de éstos no lo sean. De esta forma, de hecho, generan más víctimas, renuevan el odio y reinician el ciclo.

Además: un derecho elemental de los pueblos es el derecho a decidir. Si ETA no hubiera matado en nombre del derecho a decidir (aunque en realidad, ETA trataba de imponerle sus propias decisiones a la población, no buscaba ningún derecho colectivo y democrático a decidir), asumo que estas víctimas no tendrían motivo para negarlo. La historia es otra y sólo escuchar hablar de ello las hiere, las ofende, les resulta inadmisible. En los hechos, no sólo están intentando cancelar ese derecho social, sino la libertad de expresarse sobre ello.


El caso colombiano es diferente porque ahí, a las víctimas de los sectores menos privilegiados se las sigue victimizando mediante la negación de su condición y a través de la exclusión política y social. La lucha por darles visibilidad y presencia pública, y por conseguir justicia, no es condicionar las políticas del Estado, es combatir el condicionamiento contrario, que somete al Estado a los intereses de los victimarios. Otra cosa sería que el Estado no pudiera hacer avanzar los procesos de paz porque las víctimas se lo impiden. Pero no es así.

 Veamos otro caso de ejemplo, en el que las víctimas lograron condicionar totalmente al Estado: Ruanda. En el discurso nacional, solamente hay unas víctimas y todos los demás son victimarios. Quien lo contradiga, va a la cárcel. A nivel internacional, a uno no le pegan un tiro si dice lo contrario, pero un poco por sentimiento de culpa, otro poco por inercia, se acepta esta versión. En los hechos, las víctimas cazaron a los victimarios que pudieron alcanzar y, además, a miles de inocentes. Se cometieron masacres de personas que eran sospechosas por su etnia atribuida.

Esas masacres no tienen esperanzas de ser investigadas, ni sus responsables llevados a un juicio, porque esas víctimas viven en una situación más grave que cualquiera de las que hemos revisado: se les niega de plano el derecho de ser víctimas. Las primeras víctimas, sintiéndose justificadas por su propio dolor, les exigen a sus propias víctimas callar y hundirse en el oprobio de ser llamadas victimarios, a pesar de que nadie se ha ocupado de demostrar que lo son. 

Y un último caso, que resulta ser uno de los más conocidos a nivel internacional.

 Pensemos en un grupo grande de víctimas que ha pasado por los peores crímenes, y una parte de él sobrevivió y escapó a otro lugar. Los sobrevivientes discuten lo relacionado a su victimización, se amargan porque sienten que fueron abandonados por todos, que los dejaron para que los torturaran y mataran. Además, tienen la horrible sensación de haberse comportado como ganado, que permitieron que los masacraran sin haber opuesto resistencia. Toman la decisión de no volver a permitir que esto ocurra, de hacerse fuertes para no depender de nadie, de utilizar esa fuerza para atemorizar y aterrorizar a todo aquél a quien perciban como posible victimario, y de victimizar a esos supuestos victimarios potenciales, aunque no les hayan hecho nada. ¿Qué justifica sus sistemáticas violaciones a los derechos humanos? Su condición de víctimas. Y sintiéndose víctimas, se tapan los oídos ante cualquier señalamiento del exterior, se niegan a ver las evidencias que les presentan y los consejos de quienes son sus amigos. Como víctimas, se sienten incomprendidas y nuevamente victimizadas por cualquier crítica. 

¿Sí saben de quién hablo, verdad? Es el Estado de Israel, que reclama para sí la representación de quienes presenta como víctimas supremas, las más víctimas entre todas las víctimas (traté este asunto con mayor amplitud aquí). Y el resultado es la ocupación de Palestina y acciones como las que están cometiendo en Gaza, violando las leyes de la guerra, atacando desvergonzadamente a la población civil y pisoteando los derechos humanos.

 

 

 

Información adicional

  • Por: : Temoris Grecko
  • Publicado originalmente en:: Cuadernos de Doble Raya
  • Fecha: 26 de julio de 2014
  • Más información::

    Versión revisada del artículo publicado originalmente en "http://cuadernosdobleraya.com/2014/07/02/victimas/" el 2 de julio.

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