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El otro de los otros soy yo: riesgo y alteridad en los atentados en Bruselas

El otro de los otros soy yo: riesgo y alteridad en los atentados en Bruselas El País

 

 

 

Vivo en Bruselas hace casi 4 años donde trabajo como investigador y profesor universitario. Recibí la noticia sobre la primer explosión en el aeropuerto, temprano. Minutos después supe de la bomba en el metro Maelbeek, estación que queda cerca de donde vivo y forma parte de una línea que utilizo con frecuencia. Mi primera reacción fue de choque, de preocupación por la posibilidad de que hubiera conocidos entre las víctimas. Por las redes sociales, principalmente Facebook y Whatsapp, conseguí tener acceso a mis amigos más cercanos y pude constatar que todos estaban bien. Durante todo el día recibí un gran número de mensajes de amigos y familiares, pero también de muchos conocidos con quienes hace mucho no tenía contacto, todos preocupados por saber si mi compañera y yo estábamos bien. Obviamente todas esas muestras de solidaridad, preocupación y cariño me dejaron contento. Por otro lado, quedé impresionado con la magnitud de la movilización pues percibí que para los que miran desde afuera, los riesgos de que yo fuera víctima parecían mucho más grandes de las probabilidades reales.

Algunas estadísticas simples pueden ayudar a comprender lo que quiero decir. Hasta ahora fueron confirmadas 32 muertes ligadas a los atentados. La población de la región de Bruselas (solo los habitantes, sin contar las miles de personas que conmutan todos los días para la capital) es cercana a 1.140.000 habitantes. Eso quiere decir que la posibilidad de que una persona haya sido víctima del atentado es de cerca de una en 36 mil, ó 2.8 muertos por cada 100 mil habitantes. Mi ciudad en Brasil, Goiânia, tuvo en 2015 una taza de 43 homicidios por cada 100 mil habitantes. Si consideramos que en todo el 2016 probablemente este será el único atentado terrorista en Bruselas y que las tazas de homicidios en Goiânia se mantendrán igual en el 2016, podemos afirmar que un habitante de mi querida ciudad natal tiene quince veces más posibilidades de morir asesinado, que la posibilidad de que alguien muera víctima de un atentado terrorista en Bruselas. Sumado a este dato es alarmante notar que, según datos recientes del Instituto de Investigación Económica Aplicada – Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada (IPEA)-, 10% de los homicidios del mundo ocurren en Brasil. No pretendo decir con esto que el miedo y el impacto mediático provocados por los ataques terroristas y por homicidios sean directamente comparables.

Además de esto, no quiero decir que se pueden comparar vidas como se comparan manzanas. Yo mismo caí en ese error cuando ocurrieron los atentados en París, en noviembre del año pasado. A pesar de haber vivido tres años allí y tener un gran apego y cariño por la ciudad de la luz, quedé indignado con la repercusión selectiva de los medios, tanto tradicionales como de las redes sociales. Hubo una gran atención a los muertos de aquel atentado frente a un silencio casi absoluto en relación a otros ataques terroristas que ocurrieron el mismo año en Mali y Kenia, por ejemplo. Muchos de ustedes, inclusive, deben estarse preguntado: ¿Qué ataques?, ¿Kenia? En aquel momento venía constante a mi mente una frase del geógrafo Milton Santos, de su libro O Espaço do Cidadão: “Cada hombre vale por el lugar donde está.” Un ejemplo de la semana pasada también puede ser evocado para mostrar la selectividad. Más de 30 personas murieron en un ataque con bomba en una de las principales calles comerciales de Estambul y tal atentado no recibió ni un décimo de la cobertura del actual atentado en Bruselas.

Hay, obviamente, razones por las cuales nos preocupamos más con la vida de unos que de otros. De manera general, por más humanistas que seamos, sentimos mucho más la pérdida de un ente cercano que la muerte de un desconocido. Hay varias razones posibles para el hecho de preocuparnos más por las vidas de aquellos que consideramos como “nosotros” que de todos los que son dejados en condición de “otros”, pero no profundizaré esa idea en esta discusión. Esto me recuerda de un film clásico de los años 80, Comando. El film cuenta la historia del coronel retirado John Matrix, interpretado por Arnold Schwarzenegger, cuya hija Jenny es secuestrada por un ex compañero del coronel para forzarlo a cometer un crimen político en el país ficticio de Valverde. El protagonista comienza una saga en busca de su hija y no perdona a quien se cruce en su camino. Un total de 81 personas mueren en manos del coronel (según cálculos del sitio Movie Body Counts). En ningún momento del film nosotros como espectadores nos preguntamos si tal carnicería tiene sentido. Cuando Jenny es finalmente rescatada, sentimos una sensación de alivio y de que aquella cruzada valió la pena. Una vida entre uno de “nosotros” vale más que la vida de 81 de los “otros” y todo eso nos parece bastante normal.

Esa relación dialéctica de alteridad, ese conflicto entre “nosotros” y los “otros”, está bastante presente en los recientes atentados terroristas, incluido el de antier en Bruselas. Esta también forma parte de los origines del problema. La mayor parte de los terroristas son mucho más europeos de lo que yo soy. Son belgas, franceses, ingleses, nacidos en Europa pero que nunca fueron completamente integrados a la categoría de “nosotros, los europeos”. Ellos son, y por alguna forma, serán siempre los “otros”, los árabes, los africanos, los musulmanes.  Por otro lado, para ellos, nosotros los “otros” y nuestras vidas valen tanto como los 81 muertos por el coronel Matrix. Como dijo Clarice Lispector en el libroPara não Esquecer: “Mi mayor experiencia sería ser el otro de los otros. Y el otro de los otros era yo”.

Todo indica que algunas reacciones de las autoridades belgas y europeas van a reforzar la disparidad y la distancia entre “nosotros” y “ellos”. Mayor control de las fronteras y control policial de los jóvenes en barrios con gran concentración de árabes y musulmanes (como Molenbeek y Schaerbeek). También se habla del aumento de la seguridad urbana, por ejemplo, un mayor control en la entrada de los aeropuertos. Es curioso, por ejemplo, que una botella de champú de 150 ml. sea confiscada, pero terroristas consigan entrar fácilmente con tres maletas llenas de explosivos al galpón del aeropuerto. La barrera de control probablemente, como ya ocurrió en Tel-Aviv, será desplazada para la entrada del aeropuerto. Allí se concentrarán personas las cuales podrían estar sujetas a otros ataques terroristas. ¿La solución? Transportar la barrera un poco más adelante, antes de la entrada en la fila. ¿Dónde va a parar esto?

Cabe aquí una analogía con la masacre de Columbine, ocurrida en 1999 en los Estados Unidos. Después del atentado, algunas escuelas estadunidenses resolvieron instalar detectores de metales en sus entradas. La medida, además de generar largas e inconvenientes filas, y de naturalizar la desconfianza y el fenómeno de la vigilancia, expone a los alumnos a nuevos riesgos, ya que ellos tendrán que esperar por largos periodos fuera de los perímetros de la escuela. Luego, muchos directores se dieron cuenta de la ineficiencia de tales aparatos y de los nuevos problemas que éstos generaban. Es necesario, por lo tanto, que se eviten medidas precipitadas y que haya prudencia en los análisis para que atentados como el de Bruselas no terminen en acciones xenófobas o que refuercen los miedos y paranoias.

Para el filósofo Ortega y Gasset, en su libro Meditación de la Técnica, “la vida humana, y todo en ella, es un constante y absoluto riesgo.” El reconocimiento de que vivir implica correr riegos, no debe ser entendido como un mensaje de desánimo, de frustración o comodidad. Por el contrario, significa aceptar que hay límites para la racionalización y seguridad posibles en la vida, pero que, a pesar de tales riesgos, vale la pena seguir viviendo y, que queramos o no, los riesgos son parte inherente de la existencia humana. Podemos complementar que el exceso de seguridad puede no ser sólo aumentar la paranoia sino también dificultar más el ejercicio de la alteridad. El refuerzo de la desconfianza y de los preconceptos sólo va aumentar la distancia entre “otros” y “nosotros”. Que las reacciones a la tragedia de Bruselas sean en el sentido de la reducción de barreras y no en su reforzamiento.

 

 

 

Información adicional

  • Por: : Lucas Melgaço
  • Biografía: Es geógrafo, investigador y profesor del curso de criminología de la Vrije Univrsiteit Bruseel (VUB).
  • Fecha: 29 de marzo de 2016

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