En octubre fui a Guerrero varios días y regresé a casa hecho mierda. Debió ser la manera en que la policía desapareció a los 43 normalistas, debió ser la edad y el futuro quebrantado de los chicos, debió ser el desconsuelo y la rabia que noté en los padres, debió ser la inconstancia y la desfachatez con la que la PGR trató el asunto, debió ser que abandonamos a un Guerrero que se ha tomado el tiempo para trabajar su propia apocalipsis. Lo que haya sido, regresé a casa tragándome el corazón, con ganas de encontrar a alguien con quién compartir la culpa. Horas más tarde, Marcela Turati me contó que otros colegas, igual que ella y yo, traían el…
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