Para calibrar lo que significa por ejemplo, que un joven como Adán Cortés, decida irrumpir en la ceremonia de entrega de los Premios Nobel en Oslo, saltando por los menos tres controles de seguridad y arriesgándose a una detención, es importante considerar que Ayotzinapa marca un punto de inflexión radical en la experiencia subjetiva de muchos mexicanos. La indignación vuelta acción cotidiana es imparable porque no se trata ni de una causa “manipulada”, ni de un relato espeluznante; no, el efecto Ayotzinapa ha sido el de enlazar personas diferentes, jóvenes diversos que fueron sacudidos no solamente por lo acontecido, sino por la fuerza con que han sido, hemos sido interpelados.
Nos han obligado a vivir en un clima donde la normalización de la violencia había desgastado los reflejos morales. Pero vivir así es navegar en la amnesia, sumergirse en el silencio, arrinconarse en la propia zona de confort, poniendo un cordón sanitario a la brutalidad de ese mundo lejano que nos interpela primero en las noticias, luego en las calles y al final irrumpe sin concesiones en nuestra puerta. Eso lo saben las víctimas, y esa es la lucidez adquirida por una amplia franja de personas que han sido involucradas en la vida pública de forma abrupta por los hechos recientes: entender que vivir es implicarnos en lo que nos implica, pues permanecer en nuestro perímetro de aparente salvación no es vivir, sino sobrevivir.
“Please Malala, México” y el gesto de extender una bandera, no puede asilarse de esta implicación con nombre propio, de una subjetividad que ya ha sido afectada. Ayotzinapa es la potencia que devela, sacude, moviliza y produce una afectación en las biografías, trayectorias, dinámicas en las vidas de muchas y muchos jóvenes que no sólo reaccionan a lo terrible, sino que se dejan tocar y tocan lo que de terrible pero esperanzador tiene Ayotzinapa. Esa es la fuerza de Ayotzinapa, la que no entienden funcionarios, algunos opinadores y personeros del régimen.
La exigencia de justicia para los normalistas y juvenicidio de mujeres en México ha tenido presencia en muchísimos lugares, incluyendo espacios inéditos como la entrega del Premio Nobel de la Paz, el Parlamento Europeo y los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Pero un campo de batalla estratégico que volvió a ser factor decisivo es el de las redes sociales, desde las cuales se construye la narrativa de Ayotzinapa como acontecimiento permanente, incluso articulando y organizando la intervención en el espacio físico: ahí se han gestado muchísimas movilizaciones, ahí circulan contenidos audiovisuales que disputan lo simbólico y ahí la propia voz repercute al instante en una colectividad interconectada.
El hashtag #YaMeCansé -parodia de la frase del procurador Murillo Karam- se mantuvo 26 días como una de las tres tendencias principales en Twitter, un record notable. En acuerdo con Alberto Escorcia, especialista en el tema, sólo un ataque cibernético organizado por “bots” pudo desplazar tan abruptamente la etiqueta, tal como ocurrió el pasado miércoles 3 de diciembre. Esta ofensiva fue sin embargo contrarrestada con #YaMeCansé2, muestra de una maniobra de inteligencia colectiva que entiende que el “efecto Ayotzinapa” es clave para impulsar los cambios que el país requiere.
El asesinato de 3 y la desaparición forzada de 43 normalistas, abrió un ciclo de protesta que no parará porque ha sido activado el más elemental de los lenguajes que interpela no solo a las y los jóvenes: la continuidad, es decir esa certeza no dicha, ni conciente de que podemos esperar que mañana, el sol saldrá por el mismo lugar, estaremos vivas y vivos y podremos continuar con los afánes y los sueños.