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Sobre lo que abre el dolor

Lo que nos asunta ahora no es un espectáculo de violencia ni una competencia de dolores, sino los cambios en cómo miramos el dolor de otros y el propio, así como lo que haremos con ellos.

Muchos en Latinoamérica han criticado la cobertura mediática de los sucesos recientes, así como el descaro tricolor de facebook al jerarquizar los dolores. ¿Dónde queda el dolor de Siria bombardeada por el estado francés? ¿El del Líbano atacado un día antes que París? ¿Nuestros dolores en México de todos los días? Y sin embargo, es crucial no poner aduanas a la indignación ni al dolor.

En cambio, los discursos oficiales se atreven a ir aun más lejos: levantan los muros de las fronteras, declaran guerras, ordenan un luto pero silencian los duelos. Y pese a todo, Francia no es lo mismo que el estado francés: México no es lo mismo que la narcomáquina, Siria no es lo mismo que el Estado Islámico o el régimen de Bashar al-Asad. Esto se expresa ahora en una consigna: sus guerras, nuestros muertos.

Y es que detrás de ese nosotros implícito hay mucho dolor, pero quizá también el amor de reconocernos en los otros vulnerados, que dejan de ser los otros. En Hedwig and the angry inch (una película hermosa que habla de muchas cicatrices...) se transita del amor como reproducción al amor como recreación y luego al amor como creación a secas: el amor introduce algo que antes no estaba ahí. Quiero creer que también este dolor introduce algo que no estaba aquí.

Quiero creerlo de este dolor, pero también de otras grandes tristezas, como el atentado en Ankara el 10 de octubre pasado. Retomo la pregunta: ¿cómo darle sentido a tanta muerte? Y quiero decir que no le demos sentido: que le hagamos otra cosa, que la transformemos en algo distinto.

Estas fronteras se levantan sobre nuestras heridas abiertas. Pero quienes las erigen olvidan que los límites también son las condiciones de posibilidad. Que los mexicanos juegan volleyball con sus vecinos del norte usando la borderline como red. “Quisieron enterrarnos, pues seamos semillas”. Homi Bhabha ya hablaba de los espacios de en medio: lugares donde emergen intersticios, se producen nuevas subjetividades; donde se traslapan y desplazan los mundos.

Hoy hace falta empaparnos el cuerpo para ver que las islas pueden formar archipiélagos: archipiélagos con mestizos, con parisinos, con musulmanes, con migrantes, con el otro que tenemos enfrente. Porque, como dice Jenaro Villamil, se trata de abrir una puerta que estaba oculta; de desafiar la mentira, la ficción de un enemigo a la que damos cuerpo combatiéndolo donde no lo había. Muchas feministas lo han puesto ya sobre la mesa: se trata de mirarnos, de cuidarnos, de amistarnos. Huelga repetirlo ahora que “el viejo mundo se muere, los nuevos tardan en nacer, y en ese claroscuro aparecen los monstruos”.

 

 

 

 

Información adicional

  • Por: : Juan Cariño
  • Fecha: 19 de noviembre de 2015
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