Qué claves tienen ciertas masacres que se quedan en la mente de la gente. Por qué otras se diluyen, se borran, desaparecen de la memoria o pareciera que ni siquiera quedan registradas. Por qué se le pone categorías a las víctimas y algunas parecen invisibles. Cuáles cicatrices de nuestra historia merecen ser recordadas.

Cuando se menciona San Fernando el pensamiento nos remite al sitio del horror donde fueron asesinados 72 migrantes, en agosto de 2010. Aunque San Fernando, Tamaulipas, es sinónimo de sucesivas masacres cotidianas que comenzaron hace varios años y continúan hasta este día. Es la noticia-espejo-Medusa que nos mostró el rostro mexicano del horror.

El día de hoy hace cinco años salió a la luz el hallazgo de 47 cadáveres en diversas fosas de ese sitio. El jueves será el día de la estremecedora noticia publicada en primeras planas. Durante todo abril de 2011 en ese desolado municipio norteño fueron desenterrados 196 cadáveres: la mayoría de hombres, jóvenes, viajeros o migrantes mexicanos y centroamericanos que fueron torturados hasta la muerte. En sus asesinatos no se gastaron balas. Los mataron a golpes, quizás con marros, como lo hacían los cavernícolas. Sus rostros quedaron tatuados con el rictus del horror.

Fueron condenados a muerte por atravesar ese municipio bisagra rico en yacimientos de gas natural que conecta con las fronteras de Matamoros y Nuevo Laredo, por haber tenido números sospechosos en sus celulares, por estar en edad de ser reclutados para la guerra, por llevar un automóvil llamativo o porque a alguien cayeron mal.

Nadie les informó que ese municipio era un succionadero de personas que continúan desaparecidas. Nadie les dijo que el gobierno cedió ese sitio y sus carreteras a Los Zetas que, en la paranoia de su guerra contra el Cártel del Golfo, veían a todo extraño como enemigo. Nadie les habló de los autobuses enteros desaparecidos con todo y pasaje. Nadie les contó de las terminales de camiones a donde llegaban más maletas que pasajeros. Nadie los advirtió que los policías municipales ayudaban a los criminales a conseguir a sus presas, prestaban camionetas, ayudaban a enterrar. Nadie podía imaginarse que el ejército y la marina sabían de las masacres pero volteaban hacia otro sitio.

Un equipo de periodistas, fotógrafos, diseñadores, camarógrafos, programadores, dateros nos hemos dedicado a sacar a la luz las noticias ocultas sobre esas masacres donde fueron asesinados #Másde72. Así se llama el especial multimedia que lanzaremos el día 7 en un micrositio especial dedicado a investigar masacres de migrantes en México.

La información obtenida muestra cómo a las víctimas después de haber sido rescatadas de los entierros clandestinos volvieron a ser desaparecidas por funcionarios de la PGR y de la procuraduría tamaulipeca. Cómo los cremaron aunque no había seguridad de su identidad. Cómo los aventaron a fosas comunes aunque algunos tenían una identificación en el bolsillo del pantalón. Cómo los perdieron en los laberintos de la burocracia porque nadie se hizo cargo de avisar a sus familias que habían sido identificados. Cómo se entregaron restos erróneos a familias erróneas. Cómo las familias no se han cansado de buscar y de luchar hasta traerlos de regreso a casa y de exigir justicia.

Los mismos funcionarios de la Unidad de Servicios Periciales de la PGR y los ministerios públicos que condenaron a cientos de víctimas a vagar como ánimas en pena, y a sus familiares a penar muertos en vida, son los que están a cargo de la búsqueda de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y de la mayoría de los desaparecidos de este país.

San Fernando sigue sembrado de cadáveres. En San Fernando todavía desaparece gente. San Fernando es sinónimo de la impunidad. San Fernando son #Másde72.

 

 

 

Información adicional

  • Por: : Marcela Turati
  • Publicado originalmente en:: Más por más
  • Fecha: 26 de abril de 2016

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