NUESTRA APARENTE RENDICION

Represión indiscriminada Represión indiscriminada Luis Vázquez/Milenio

Por Luis Gatica

Había una marcha en Guadalajara para protestar contra la imposición de Enrique Peña Nieto como presidente de México. La ruta era larga: iríamos a las oficinas del Partido Revolucionario Institucional (PRI), a Milenio, a Televisa y a la Expo Guadalajara, sede de la Feria Internacional del Libro (FIL). Iniciamos en la explanada del tianguis cultural sin muchas preocupaciones. Pensábamos que Guadalajara no era como el Distrito Federal, donde acababan de ocurrir atrocidades en las manifestaciones contra Peña Nieto.

 

 

Salimos del tianguis cultural con pancartas y lanzando consignas, pero cuando llegamos al PRI lo que se arrojaba era piedra. Una tras otra, se azotaron varias rocas en los vidrios de las oficinas. Algunos nos alejamos de quienes lo estaban haciendo, y una compañera le pidió a una vocera que llevaba un megáfono que convocara a una manifestación sin violencia. La respuesta que obtuvo fue que teníamos que entender que “la banda está harta y necesita expresarse”. Los ataques terminaron y seguimos caminando, pero vi cómo un sujeto lanzó al suelo una piedra grande para hacerla pedazos. Era notorio que él quería utilizarlos.

 

Milenio estaba a menos de dos cuadras, pero al momento se decidió que no fuéramos. La gente marchaba más rápido que en otras ocasiones, quizá por el miedo de que sucediera algo como en el Distrito Federal. Pronto llegamos a Televisa y se replicó la violencia. Vi agujeros en las paredes y cómo una cámara de la empresa grababa el acontecimiento. ¡Ya tenían su reportaje! “Revoltosos violentos atacan las instalaciones”, pensé. Por unos pierden todos. Primero nos hicimos a un lado, luego nos fuimos todos juntos. Había algunas patrullas detrás del contingente. Seguimos caminando.

 

Nos dirigimos a la glorieta de los Niños Héroes y tomamos la avenida Mariano Otero. Pasamos por debajo de un puente, donde la acústica nos impulsó a corear consignas con más fuerza. Se escuchaban tambores y el sonido fuerte de un caracol de mar. Continuamos y nos emocionamos por el apoyo que nos mostraba la gente que pasaba en su auto. Cerca de una cervecería vi a un hombre trajeado en el camellón de la avenida. Me pareció extraño.

 

Marchamos por encima del puente de los Arcos del Milenio. Con el sol en nuestras caras, comenzaban a dibujarse algunas sonrisas. Había familias con sus niños, señoras mayores, una mujer embarazada que mostraba con orgullo en su estómago el rostro en caricatura de un niño que decía que quería un México mejor. Meses antes, en otra marcha el contingente se había detenido ante la alerta de una posible provocación por grupos de choque o inclusive infiltrados. No pensábamos que este mismo día la agresión se desataría.

 

Ya casi llegábamos a la FIL. Nos sentamos en el suelo, pero no como señal de noviolencia, sino para hacer un ocho, que consistía en levantarnos de repente y correr todos juntos mientras protestábamos. Sucedió, pero pareció que nos cansamos muy rápido. El flujo se hacía más lento mientras más nos acercábamos. No sé por qué intuí que debía sacar de mi mochila la botella de vinagre que llevábamos para emergencias: se trataba de un remedio sencillo para el gas pimienta que suele esparcirse por los represores en las manifestaciones. Estábamos decidiendo irnos cuando repentinamente lo vimos. Había comenzado la violencia.

 

Individuos del lado de los manifestantes le lanzaron piedras a los policías que estaban detrás de un cerco justo antes de la Expo Guadalajara. Nos movimos queriendo retirarnos, pero en la euforia del momento uno no sabe qué pasa por su cabeza. Nos quedamos sentados en señal noviolenta. Una compañera comenzó a gritar para que los demás compartieran la acción. Algunos corearon el himno nacional, y luego, la consigna “policía hermano, tu lucha es de este lado”. Poco después de exigir directamente “¡No violencia!”, las piedras siguieron volando y vimos a la policía desplazar el cerco y moverse hacia donde estábamos. La gente salió corriendo. Nosotros regamos vinagre en varias prendas para resistir el gas pimienta que estaban soltando. Nos mantuvimos juntos, tomados de las manos.

 

Mientras nos movíamos pude ver, volteando hacia atrás y tratando de grabar con un celular, cómo los oficiales desplegaban su fuerza a través de sus macanas. Uno de ellos gritó “órale hijos de la chingada” y de inmediato seguimos corriendo, con mayor velocidad. De repente nos topamos con una compañera golpeada, quien no podía caminar. Estaba reunida con otros conocidos nuestros, así que nos pareció pertinente quedarnos ahí, junto a ellos.

 

Uno de los presentes no resistió la furia. Comenzó a gritarle a un policía que era “un poco hombre por golpear a una mujer”. El hombre caminó hacia él, quien se hizo hacia atrás y cuestionó repetidas veces que se lo fueran a trepar. Una amiga mía se aferró a él. El policía se acercó más y la tensión creció. Arrebaté a mi amiga de la pierna del otro, pero ella volvió a él. Justo cuando la separaba otra vez, sentí el golpe: la macana le había dado en la muñeca.

 

No sólo escuché un crack, sino que mi brazo también vibró con la colisión y fue rozado por el arma. Sentí la represión en carne viva, aunque no en carne propia. Se llevaron al sujeto y mi amiga comenzó a sentir el dolor. Había muy poca sangre, pero también mucha hinchazón. También habían trepado a otro manifestante, que sólo había pecado diciendo que no nos movíamos por la mujer que no podía caminar. Dejamos el lugar y fuimos al Parque de las Estrellas, que era lo más cercano.

 

No sabíamos qué hacer. De repente los teléfonos sonaban y se contaba esta historia, de repente parecía que la señal de los celulares hubiera sido desconectada. Habían dos personas heridas, más un compañero que fue pateado y pisado cuando la policía nos atacó. Pensábamos cómo salir de ahí. Nos dimos cuenta de que había otros elementos de la policía cubriendo las pequeñas calles aledañas al parque. El cerco se extendía. Estábamos rodeados.

 

La idea seguía latiendo en nuestras cabezas. Habíamos conocido de primera mano el abuso de la fuerza, la locura del Leviatán. Las emociones y los pensamientos se revolvían en los estómagos y los cerebros. La ira y la impotencia nos dominaban, pero eventualmente conseguimos salir, moviéndonos hacia el centro de la ciudad después de dar algunas entrevistas sobre lo ocurrido. ¿Pero qué sabíamos sobre lo ocurrido? ¿Quiénes eran los que arrojaron las piedras a los oficiales? ¿Sólo eran provocadores infiltrados o también había miembros de los grupos que organizaron la protesta? ¿Había sido todo una trampa? Así terminó, con violencia y dudas que nos carcomen, el primer día de un sexenio que empieza con sangre.

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NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010

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