Tú y yo coincidimos en la noche terrible

RENÉ ORTA SALGADO

Protagonista y víctima de su propia sección

 

Son muchos los rumores que giran alrededor de la vida de René Orta Salgado. Algunos no lo favorecen, por acercarlo demasiado a las esferas de poder. Pero hay hechos irrefutables e imperdonables, como su muerte.

A René Orta Salgado, periodista del Sol de Cuernavaca, lo mataron el lunes 13 de mayo de 2012. Lo picaron veintisiete veces y lo golpearon como a un perro. Murió por asfixia y estrangulamiento. Tenía marcas por intentar defenderse. Después, los asesinos colocaron su cuerpo en su automóvil, un Nissan color gris, con placas de circulación 222 UVK del Distrito Federal, y lo abandonaron en la calle del Hueso de la Colonia Buena Vista, en Cuernavaca, Morelos. El cuerpo se encontraba en el maletero con el rostro cubierto por un paliacate. No estaba amordazado, ni con impactos de arma de fuego, y los agresores no dejaron un mensaje.

Así lo informó cinco días después la autopsia ordenada por la Procuraduría General de Justicia de Morelos, la autoridad a la que tantas veces el propio René -jefe de las páginas de policiales del periódico donde trabajó durante más de una década- frecuentaba para sus crónicas. “No existen indicios que sugieran que el homicidio lo hayan cometido miembros de la delincuencia organizada”, concluía el informe.

A pedido de los colegas cercanos a Orta Salgado, el mismo organismo decidió intervenir el restaurante-bar Ikerde la Avenida Domingo Díez. Allí pasó sus últimas horas con vida, entre la noche del sábado 12, a la mañana y del domingo 13 de mayo.

Edgar M. Arroyo, amigo y colega de Orta Salgado, lo vio esa noche, igual que buena parte de los últimos veinte años, en los que compartían almuerzos, encuentros con la familia y horas de trabajo: René para el periódico Opción y luego para el Sol, y Edgar para el Grupo Acir y en Zona Centro Noticias. Se vieron justamente en el Iker y por unos veinte minutos. Orta Salgado no estaba solo: compartía la mesa con su novia, dos empresarios y sus respectivas esposas. Según se pudo reconstruir, Orta Salgado acompañó a su novia a su casa, frente al bar. Tenían el plan de viajar al día siguiente para Acapulco, un destino muy visitado por el periodista. Cuando regresó al bar ya no se sentó con sus amigos. Lo habría acompañado el resto de la noche Gabriel Sánchez Corrales, ex comandante de la policía ministerial de Morelos, que estuvo adscrito a la comandancia del municipio de Puente de Ixtla. Orta Salgado abandonó el Iker a las 6h de la mañana.

El dueño y los trabajadores del lugar declararon no saber con quién se encontraba Orta Salgado. Y hasta sugirieron que se había retirado con dos parejas con niños, algo improbable por el ruido y la incomodidad de un antro a esas horas. Igual de inverosímil resultó para los periodistas que el personal del Iker negara conocer la identidad de los compañeros de Orta Salgado, cuando el bar-restaurante supuestamente les permitió quedarse incluso después de cerrar sus puertas al público. El domingo lo buscaron en todos los corralones de tránsito, en Acapulco y en Puebla, donde vivían sus dos hijas y su ex esposa.

Allí lo enterraron, aunque nació en Guadalajara.

Tenía 43 años. Era alegre y abogado. Le gustaba la juerga y el etiqueta roja, “pero también le entraba al tequila”, cuenta su amigo Édgar Arroyo. Un reportero, ni más ni menos, que “escribía duro”, porque antes los nombres de las bandas y de los jefes se publicaban. Por eso lo conocía el hampa y la policía y los funcionarios le abrían las puertas. No era cualquier periodista, o quería ser algo más que un periodista. En diciembre pasado Orta Salgado renunció a su puesto en El Sol de Cuernavaca. Definitivamente quería otro trabajo: ir por una banca en la diputación local por el segundo distrito. No lo logró, pero coordinaba el grupo Emprendedores por la Nación que apoya al candidato a la presidencia por el PRI, Enrique Peña Nieto, y conocía al gobernador. Hoy su reemplazante en El Sol investiga su muerte, aunque el periódico curiosamente no le da demasiado espacio.

Dos días antes de su asesinato vio a su hermano menor en el D.F. Los dos eran hinchas de los Pumas de la UNAM. Él cree que si René hubiese estado en peligro, se lo hubiera hecho saber. Eran muy cercanos. Su hermano pidió que ningún familiar sea citado con nombre y apellido. Siguen el caso como querellantes, pero con cierta distancia, porque “ni la justicia nos va a devolver a René”.

Información adicional

  • Autor/a: Guido Carelli Lynch
  • Bio autor/a: Periodista de Clarín y Revista Ñ en Buenos Aires, Argentina.

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