Este proyecto fue primero una voluntad común contra el olvido y la impunidad, luego un libro y ahora esta página que guarda memoria de los periodistas y trabajadores de la información asesinados y desaparecidos en México desde el 2 de julio de 2000, cuando inició la alternancia democrática, hasta el día de hoy.

El libro, que editamos en 2012 y que guardaba las 127 hojas de vida de los periodistas y trabajadores de la información asesinados o desaparecidos durante las dos primeras legislaturas de la alternancia democrática, no está a la venta. Nunca lo estuvo. Sólo fue posible adquirirlo en la página que Goteo.org nos abrió para hacer una campaña de crowfunding que nos permitiera hacerlo. Las donaciones y la colaboración editorial y logística de la UdeG, sirvieron finalmente para hacer 1500 ejemplares que regalamos en el VIII Encuentro Internacional de Periodistas: Los otros caminos de la información, que se celebró en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2012, donde lo presentamos.

Aunque en este espacio virtual, aquel proyecto, lamentablemente sigue creciendo.

Siéntanse libres de difundir este trabajo para hablar de los riesgos que corren los periodistas de México y la situación que atraviesa el país. Éste es un proyecto creado con la filosofía Open Source que otorga implícitamente permiso para reproducir, distribuir y compartir el material publicado en esta web con la única condición de citar su procedencia, en atención a los autores y al conjunto del trabajo realizado. 

 

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ROBERTO MARCOS GARCÍA

Beto Marcos, el oficio en la sangre

 

Veracruz.- En la geografía de la delincuencia organizada, éste es el principal punto de embarque y desembarque de la droga y contrabando que en buques transoceánicos trasiegan los cárteles mexicanos desde Centro y Suramérica, para su distribución en el mundo. Con auspicio gubernamental, los cárteles se entronaron, desde tiempos de Vicente Fox, con sus jefes y financieros avecindados en Costa Esmeralda, Boca del Río y Medellín. Hoy controlan puerto y aduanas, para importar y exportar droga, hidrocarburos robados, controlar la piratería y giros negros.

Cada vez menos reporteros escrutan tales negocios, uno de ellos era Roberto Marcos García García; indagaba la implicación oficial en las narcotienditas cuando 12 balas a mansalva le segaron la vida.

Jefe de información de la revista Testimonio y corresponsal de Alarma!, fue acribillado el 21 de noviembre de 2006. Tenía 50 años de edad, treinta y cuatro en el periodismo. Su torso perforado y el rostro amasijo están captados en fotos que testimonian tiempos aciagos para la prensa mexicana, con la censura al ritmo de ‘plata o plomo’, la tonada del viejo adagio de la mafia.

A sus 16 inició como reportero en el periódico La Nación, luego en Notiver y El Dictamen, después en Testimonio, donde como jefe de información y redactor ganaba 450 pesos semanales. Como corresponsal de Alarma!, la precursora de la nota roja, nunca le dieron sueldo, si acaso alguna compensación, y, cuando lo mataron, a la viuda le enviaron un diploma impreso en lustre de baja calidad, una efigie de plástico de San Judas Tadeo y una playera.

Acostumbraba beber café negro por la mañana, antes de salir a reportear, siempre a 8h en punto, y volvía a casa a las tres para después de la comida llegar a Testimonio, en el segundo piso de una imprenta a unas calles del recinto portuario, a teclear sus notas.

Aquel día rompió la rutina, se levantó de madrugada y rechazó la humeante taza del aromático que María, su esposa, le ofreció. Salió de casa y en menos de dos horas ya estaba de vuelta. Quiso que se bañaran juntos y luego le pidió el café que bebió mientras le decía que entrevistaría a alguien del Agrupamiento Marítimo de la Secretaría de Seguridad Pública, en Mandinga, municipio de Alvarado, a 19 kilómetros.

Pasaban de las 10, en la calle, a bordo de la motocicleta Honda gris plata que compró en abonos, entre el ruido del motor encendido le hizo mil recomendaciones, la tomó de las manos y le encargó a la familia, en especial a Vania, la nieta favorita. Se enfiló hacia la amplia avenida dejando atrás la humilde vivienda que construyó con sus propias manos: paredes añadidas con desechos de madera entintada en un verde chillante y techo de lámina, en un terreno entregado en dote cuando, adolescente, se casó con María.

La misma casita donde nacieron sus hijos -Divina, Elizanda y Azael- hacía también de oficina para entrevistarse con comerciantes extorsionados, vecinos agobiados por el flujo de las narcotienditas o padres desesperados porque en el puerto las drogas se compran tan fácil como aspirinas.

Desde el quicio de la desvencijada puerta María lo despidió con la mano hasta perderlo de vista. Debió sostenerse del mismo quicio para no desmayar al oír al taxista que tocó preguntando horas después si era “la casa del periodista Beto Marcos” porque “vengo a avisar que lo acaban de matar”. María sintió la orina que resbalaba entre sus piernas que de pronto se volvieron de trapo, musitó con la quijada rígida y los dientes apretados.

Regresaba sobre la carretera Boca del Río-Antón Lizardo, cuando lo embistió una camioneta PT Cruiser gris, con matrícula 639-TTA del D.F. La motocicleta voló hasta estrellarse entre los matorrales arrastrando a Roberto junto con la defensa de la camioneta que se enredó entre las llantas. Tumbado entre los pastizales recibió 12 tiros de una calibre 9 mm, dos en el rostro. Kilómetros adelante los asesinos abandonaron la PT robada en el DF hacía seis meses.

En 2007 la PGR atrajo la investigación. Luis Tiburcio Andrade, director de Testimonio, dice que policías judiciales le aseguraron “que ya iban a agarrar a los que mataron a Roberto, pero después ellos fueron asesinados, uno en Cosamaloapan, otro aquí en el puerto”.

La redacción de Testimonio es modestísima. La última vez que Roberto estuvo aquí, fue la víspera de su asesinato. Llegó a las 7h de la noche a teclear su última nota: el suicidio de un niño de 11 años. En días próximos publicaría su investigación sobre las narcotienditas. Tras su asesinato, la revista fundada en 1991 optó por la autocensura.

Roberto fue el tercer periodista asesinado en el último año de gobierno de Fox según la organización Reporteros Sin Fronteras. Su caso dio la vuelta al mundo porque ubicó, según la misma organización, a México como el segundo país más mortífero para la prensa, sólo después de Irak en plena guerra. Divina asegura que su padre recibió amenazas y el día del crimen una llamada; María lo relaciona con la “extraña” actitud de sus últimos días.

Cuando lo mataron no tenían un peso para enterrarlo. Andrade ofreció prestado un ataúd. Los jefes policiacos le compraron una caja color arena con filitos dorados. El gobernador Fidel Herrera le donó un lugar en el Panteón Jardín y acudió a jurar frente al sepulcro justicia al gremio, y a María que le arreglaría su casita.

María vive bajo el mismo techo de lámina quebrada. Lisiada por un accidente, yace postrada junto a la mesita con mantel de vinil acariciando la fotografía del Roberto púber frente a una Olivetti tecleando sus primeras notas; también otra foto que le provoca orgullo: cientos de veracruzanos en el sepelio exigiendo a unísono: ¡Justicia!

Información adicional

  • Autor/a: Ana Lilia Pérez
  • Bio autor/a: Periodista y autora de los libros Camisas Azules, Manos Negras y El Cártel Negro: Cómo el crimen organizado se ha apoderado de Pemex.

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