A+ A A-

Tú y yo coincidimos en la noche terrible. Prólogo de los editores.

La periodista mexicana Karla Lottini, exiliada en Canadá, le preguntó a la Coordinadora de Homicidios de la Procuraduría General del Estado de Coahuila sobre el asesinato del ingeniero Rodolfo Moreno Ochoa:

-          ¿Cómo van las investigaciones, qué se sabe de los responsables?

Pero la Coordinadora le contestó de manera airada:

-          ¡Oiga, pero Rodolfo no era periodista. Era un empleado!

A lo que la periodista matizó, sin salirse de su oficio:

-          Sí, lo sé. Pero era un trabajador, un ser humano, que es lo más importante. ¿Me podría confirmar su apellido, por favor?

Desarmada, la Coordinadora dio por terminada la conversación:

-          Que se lo diga quien le dio mi teléfono.

Y colgó.

En efecto, Rodolfo Moreno Ochoa no era un periodista sino que estaba encargado de la antena de transmisión del Sistema Multimedios de la Laguna. Pero sin su trabajo de ‘empleado’ no saldrían al aire ninguno de los programas de Multimedios TV.

Tal y como sucede con la labor de voceadores, abogados, fotógrafos, administrativos y demás trabajadores que forman parte del necesario oficio de informar.

 

Y ésta es la esencia de este proyecto: Este libro que guarda escritas las vidas de los 127 periodistas y trabajadores de la información asesinados o desaparecidos en territorio mexicano del 2 de julio de 2000 al 2 de julio de 2012. Los dos primeros sexenios de la alternancia democrática. No sólo de los que murieron o desaparecieron a causa de sus investigaciones, no sólo de los amenazados, no sólo de los que estaban escribiendo sobre el narcotráfico o la corrupción de las autoridades. Sino de todos ellos. También de los que murieron o desaparecieron como consecuencia del clima brutal de violencia e impunidad que azota el país. De los muchísimos cuyos asesinatos y desapariciones no han tenido una investigación justa y exhaustiva. De los valientes y los responsables. De los que callaron. De los que no sabemos nada. De los olvidados. De los que ‘estaban en el lugar equivocado’. De todos aquellos cuyos familiares no tienen recursos para seguir indagando. De los que murieron solos. De los que ya nadie busca. Y de los que como nos dice Diego Osorno, cuando escribe sobre Félix Alonso Fernández García, murieron dos veces:

 

Su nombre está perdido en la lista de periodistas mexicanos asesinados, e incluso hay quienes a veces escatiman incluirlo. Félix es uno de esos periodistas asesinados dos veces. Primero con cuernos de chivo canallas y luego, cuando ‘colegas’ justifican sus muertes diciendo que andaban en malos pasos.

 

Y es que la muerte de un periodista, nos recuerda Ramón Quintero cuando escribe sobre José Luis Romero, debería ser vista “no sólo como una tragedia familiar y humana, sino también como una tragedia nacional. Su muerte es un ataque ‘terrorista’ al derecho de hablar del individuo, comunidad, nación”. Un ataque a lo que Marco Lara Klahr, escribiendo sobre Rafael Ortiz Martínez, llama “el gremio periodístico y la comunidad lastimada”. Porque “el asesinato”, sentencia Magali Tercero en su texto sobre la muerte de Regina Martínez, “es resultado de un país descompuesto”. Y porque no hay un único motivo para matar, un único motivo para morir. Incluso nos lo habían advertido las víctimas: “Desafortunadamente la violencia campea en las calles”, dijo el periodista chihuahuense Norberto Miranda Madrid poco antes de ser asesinado. Y Teresa Bautista, desde el otro lado del país, en una comunidad triqui de Oaxaca, nos cuenta Ale Del Castillo que decía en la radio comunitaria donde trabajaba: “Algunas personas piensan que somos muy jóvenes para saber… Deberían saber que somos muy jóvenes para morir…”.

Lo eran. Todos ellos. Sin importar su edad exacta.

Y la brutalidad, la tristeza, la nostalgia y la impunidad que hay en la raíz escrita de todas estas muertes y estas desapariciones, son un altar a su memoria. Un altar a nuestra perplejidad. A nuestro dolor. A nuestra capacidad de reacción. A nuestra esperanza. A los familiares de las víctimas, que en muchos casos siguen reclamando justicia, siguen teniendo miedo de hablar, se han ido, se han rendido o no saben por dónde. A sus amigos, sus compañeros de profesión, sus colegas. A nuestros periodistas amenazados. A quienes no hemos encontrado. A aquellos de los que no sabemos nada. A sus nombres omitidos y nuestra desmemoria.

Este libro es también un lugar donde permanecer unidos en este país amenazado que es de una complejidad abrumadora y que hoy se asemeja a un cristal con demasiadas aristas. Un trabajo que nos permite escucharnos los unos a los otros, respirar, tratar de conocer, entender, romper prejuicios y reaccionar. Guardar nuestro pasado escrito. Sin ningún interés en alimentar el juicio social inmediato, la exaltación o el escarnio públicos. Sin ningún deseo de catalogar, destruir, señalar o responsabilizar sin averiguaciones justas y confiables, sin garantías. Sino con la certeza de que mantenemos intacto nuestro derecho a la memoria. A saber quiénes han sido nuestros compatriotas asesinados y desaparecidos. Qué les ocurrió, cómo los mataron, quién los extraña. Dónde estuvieron por última vez.

Porque, finalmente, este libro es su derecho a ser recordados.

A seguir aquí.

En este proyecto que no hemos hecho solos. Sino que es un trabajo conjunto y generoso de voluntariado en el que han participado más de 200 personas dentro y fuera de México. Periodistas de muchísimos medios, muchísimas perspectivas y con experiencias y expectativas distintas, que han donado su trabajo y su tiempo para acompañar a sus colegas muertos o desaparecidos. Lectores de diversos lugares del mundo que se han ofrecido a traducir todo este material a varios idiomas. Escritores, historiadores, gestores, abogados y editores que nos han ayudado a leer, a convocar, a perfilar y a no caernos. Complicidades impagables para las que sólo tenemos palabras de agradecimiento y que hoy se reúnen en este proyecto para que podamos decir, juntos, que aquí estamos.

Aquí estamos.

En este lugar que a veces nos resulta extraño pero que sigue siendo este lugar que amamos. Tal y como nos lo recordó la periodista Anabel Hernández en septiembre de 2012 al recoger el premio Pluma de Oro de la Libertad que le entregaron en Ucrania:

 

Hace un año nueve meses jamás habría creído llegar al día de hoy. Cada mañana me sorprende la vida, abrir los ojos en un país incendiado en el que en seis años más de 60 mil personas han sido ejecutadas por el gobierno o por el crimen organizado. Me sorprende poder abrazar a mis hijos, a mi madre y a mis hermanos en un país en el que han desaparecido más de 18 mil niños, adolescentes, madres y padres de familia en medio de la falsa guerra contra el narcotráfico.

 

Nosotros también estamos sorprendidos. Por estar y por la posibilidad de irnos. Por la tajante amenaza que supone hoy ejercer el periodismo en México. Por la convicción con que la mayoría de reporteros, a pesar de todo, sigue saliendo a la calle para defender su derecho a informar y nuestro derecho a saber. Por su constancia, su aplomo, su capacidad de indignación, de imaginación, de esperanza. Su voluntad de seguir. La necesidad que los ha llevado a unirse, ayudarse, compartir experiencias y protegerse los unos a los otros. Por la solidaridad deslumbrante en la que, cuando pueden, se refugian.

Estamos con ellos. Y nos sumamos a su labor y su llamado por la defensa del derecho a la información, las garantías de protección y el justo entendimiento con esta voz común, esta denuncia y este lamento. 127 escritos que son resultado del esfuerzo solidario y doloroso de periodistas consecuentes que han querido dejar constancia de las vidas de sus colegas brutalmente asesinados, brutalmente desaparecidos. Hayan sido quienes hayan sido.

Lo han hecho desde distintos estados de la República pero también desde Colombia, Argentina, Venezuela, España, Perú, Estados Unidos y Canadá. En un encuentro multitudinario y maravilloso que converge finalmente en tres versos que el poeta mexicano Manuel Maples Arce escribió en 1922 y que hoy hemos utilizado como título.

 

ANDAMIOS INTERIORES

Yo soy un punto muerto en medio de la hora,
equidistante al grito náufrago de una estrella.
Un parque de manubrio se engarrota en la sombra,
y la luna sin cuerda
me oprime en las vidrieras.

Margaritas de oro
deshojadas al viento.

La ciudad insurrecta de anuncios luminosos
flota en los almanaques,
y allá de tarde en tarde,
por la calle planchada se desangra un eléctrico.

El insomnio, lo mismo que una enredadera,
se abraza a los andamios sinoples del telégrafo,
y mientras que los ruidos descerrajan las puertas,
la noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo.

El silencio amarillo suena sobre mis ojos.
Prismal, diáfana mía, para sentirlo todo!

Yo departí sus manos,
pero en aquella hora
gris de las estaciones,
sus palabras mojadas se me echaron al cuello,
y una locomotora
sedienta de kilómetros la arrancó de mis brazos.

Hoy suenan sus palabras más heladas que nunca.
¡Y la locura de Edison a manos de lluvia!

El cielo es un obstáculo para el hotel inverso
refractado en las lunas sombrías de los espejos;
los violines se suben como la champaña,
y mientras las orejas sondean la madrugada,
el invierno huesoso tirita en los percheros.

Mis nervios se derraman.

La estrella del recuerdo

naufragaba en el agua
del silencio.

Tú y yo

Coincidimos

en la noche terrible,

meditación temática
deshojada en jardines.

Locomotoras, gritos,
arsenales, telégrafos.

El amor y la vida
son hoy sindicalistas,

y todo se dilata en círculos concéntricos.

 

Cada organismo tiene sus propias normas para calificar los ataques y difieren, sobre todo, a la hora de registrar los asesinatos y las desapariciones. Y a esto hay que añadirle, nos dice Balbina Flores, corresponsal en México de Reporteros Sin Fronteras, que las 32 procuradurías locales tienen normativas diferentes para clasificar dichos ataques. Sin embargo, y a pesar de sus métodos de trabajo distintos, organizaciones nacionales e internacionales como el Comité para la Protección de los Periodistas, Reporteros Sin Fronteras, Artículo 19, Freedom House, la Fundación para la Libertad de Expresión o el PEN Internacional, entre otras, alertan al unísono sobre los peligros que corren los periodistas en México: amenazas, extorsiones, censura, ataques contra instalaciones, desapariciones y homicidios. Peligros que, en muchas ocasiones, los han llevado a abandonar su profesión, su lugar de residencia e incluso su país.

Y no queremos dejarlos solos. A ninguno de ellos.

De modo que hemos reunido aquí a los 127 periodistas y trabajadores de la información sobre los que tenemos constancia, aunque de algunos no tengamos ni siquiera sus nombres: tal y como sucede, por ejemplo, con tres de los cuatro tuiteros asesinados en 2011 en el estado de Tamaulipas. Y sabemos que sin embargo, e inevitablemente, hemos dejado fuera hombres y mujeres cuyos nombres se diluyen en las noticias, el miedo o la censura. Hombres y mujeres que a veces son sólo números en notas precipitadas o recuentos paralelos a la memoria de otros crímenes.

Sin más datos.

Lamentamos sus ausencias en este libro. Profundamente.

Porque nosotros no creemos en las divisiones tajantes. No creemos en la jerarquía de víctimas. Y tampoco creemos en el maniqueísmo del discurso oficial. En el apabullante ‘Si no estás con nosotros, estás contra nosotros’. O peor: ‘Si estás contra nosotros, estás muerto’.

Por eso, y a pesar de que mientras hemos hecho este proyecto nos hayan preguntado en repetidas ocasiones si estamos seguros de la honradez de todos los hombres y mujeres guardados aquí, hemos querido mantenernos, radicalmente, al lado de las víctimas. De todas ellas. Y hemos antologado casos de periodistas ‘chayoteros’, que supuestamente recibían dinero de las organizaciones criminales, y otros que le hacían el juego al poder olvidando el código deontológico de su profesión. Pero, a menudo, acusarlos de esto mismo les ha servido a las autoridades para justificar sus muertes o sus ausencias, y para no avanzar más en las investigaciones. No queremos caer en esa misma trampa. Nos resulta obvio y casi vergonzoso tener que recordar que aunque fueran corruptos o hubieran tenido un pasado turbio, no merecían este final.

Y que aquí serán también recordados.

Queremos finalmente aclarar que las investigaciones de cada hoja de vida son fruto del trabajo individual de cada periodista que ha aceptado formar parte de este proyecto. Que ésta ha sido su libertad creadora. Y que el resultado final tiene que ver con líneas de investigación diversas que, juntas, crean este mural colectivo que quedará permanentemente alojado en el sitio web www.nuestraaparenterendicion.com.

Lamentamos, si las hubiere, las malas interpretaciones o los errores de investigación.

 

Va nuestro más profundo agradecimiento con quienes se hicieron cargo de sus colegas muertos y desaparecidos escribiendo sobre ellos. Sabemos que en ocasiones la muerte y la desaparición de unos ha sido un espejo para otros, los vivos. Pero aún así, la gran mayoría de los participantes de este libro se han entregado con generosidad y responsabilidad a la construcción de este homenaje conjunto. Esta contundente radiografía de la violencia contra los trabajadores de la información. Que hubiera sido imposible sin el trabajo de muchos hombres y mujeres solidarios que han querido llenar con sus voces la ausencia de los asesinados y los desaparecidos. No podemos agradecerles a todos ellos, uno a uno, pero sí queremos abrir un paréntesis para extender un agradecimiento especial a Doria Vélez, Froylán Enciso, Lucy Sosa, Marcela Turati, Luis Valencia, Darwin Franco y Enric Senabre. Y a la banda NAR del cochifest: Cristina, Jamie, Geo, Hermes, Nuria, David, la Corde y Bety. Su compañía y su confianza han sido un motor.

Y finalmente, va nuestra dedicatoria para los colegas y familiares de estos hombres y mujeres que deberían seguir entre nosotros. Con ustedes, aquí, los extrañamos.

Estamos juntos en esto.

# VaPorNuestrosPeriodistas

 

A todos, gracias por todo.

Lolita Bosch y Alejandro Vélez Salas

 

La edición de "Tú y yo coincidimos en la noche terrible" fue posible

gracias a la solidaridad de los colaboradores de Goteo.org

y al generoso patrocinio de la Universidad de Guadalajara que aportó diseño y edición.

 

a través de la Dirección General de Medios.

TESTIGOS PRESENCIALES

ESTADO DE LA REPÚBLICA

DESAPARECIDOS

PRENSA AMENAZADA

RECIBE NUESTRO BOLETÍN

Nombre:

Email:   

NUESTRA APARENTE RENDICION | 2010