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Bordamos por la Paz Guadalajara: tejiendo narraciones estético-políticas contra la violencia en México

Laura R. Patterson Laura R. Patterson Laura R. Patterson

Esta contribución va dedicada especialmente a l@s familiares de personas asesinadas y/o desaparecidas que hoy se movilizan a lo largo y ancho de México exigiendo justicia y el retorno de l@s desaparecid@s, así como a todas aquellas personas solidarias que han decidido unirse a este esfuerzo colectivo y que luchan por poner fin al trágico presente que vive el país. Para ell@s, mi respeto y admiración.

 

A mediados de 2012 vi aparecer en mi muro de Facebook fotografías que mostraban tendederos armados con pañuelos, que compartían algunos de mis amig@s. A primera vista esos pañuelos blancos y cuadrados se parecían a los que mi papá había usado años atrás, antes de que los kleenex invadieran el mercado. Fondo blanco, letras bordadas en rojo, en verde, algunos con dibujos…quedé impresionada al ver estos muros de tela y las historias que narraban silenciosamente: “un hombre es encontrado muerto en la cajuela de un automóvil en Chilpancingo, Guerrero”; “Elisa, desapareciste el 23 de agosto del 2011, tu familia te sigue esperando”. Nunca había bordado. No conocía más que el llamado “punto de cruz”, que mi tía nos había enseñado a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñas, y que mi mamá alguna vez odió porque las monjas  la castigaban en la escuela cuando no terminada su “tarea”.

Las fotos pertenecían al grupo Bordamos por la Paz Guadalajara, creado en esta ciudad en marzo de 2012, un grupo formado mayoritariamente —aunque no exclusivamente— por mujeres, y cuya puntada se inicia en el contexto de aparición del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad[1] (MPJD, en adelante). En agosto del 2011, poco después de la aparición del MPJD, el colectivo de artistas y ciudadanos Fuentes Rojas (afincado en la capital) lanza la acción “Bordar por la Paz. Un pañuelo, una víctima”. La acción consiste en bordar en hilo rojo las historias de las (a la fecha) 50,000 personas asesinadas, con el fin de exponer una gran manta de pañuelos en diversos espacios y plazas públicas del país, para luego conformar, en el Zócalo, un memorial efímero a las víctimas del sexenio, con motivo del cambio de gobierno (que tuvo lugar el 1º de diciembre del 2012). Algunos de los integrantes del colectivo, entre los cuales se encuentra Alfredo Casanova, artista originario de Guadalajara, trasladan la iniciativa a esta ciudad en el marco de la Semana de la Solidaridad organizada por el ITESO (Universidad Jesuita), y se lleva a cabo una primera jornada de bordados. A partir de entonces y por iniciativa de Margarita Camacho, Teresa Sordo y Margarita Sierra, a las que se sumarán otras muchas persones, se funda el que será el primer colectivo de Bordamos por la Paz del país[2]. Es interesante señalar que esta primera jornada fue organizada por mujeres de la comunidad de Acteal (Chiapas), que trajeron pañuelos bordados que recordaban a los mártires de la masacre e invitaban a no perder la memoria.  

El colectivo Bordamos por la Paz Guadalajara (BPG, en adelante)se conforma entonces en una coyuntura en que la llamada “guerra contra el narco” se ha configurado como un «trauma psicosocial», esto es, “la cristalización traumática en las personas y grupos de relaciones sociales deshumanizadas” (Martín-Baró, 1990: 78). Es por ello que BPG busca concientizar y visibilizar a nivel cotidiano la situación de violencia que vive el país, bordando en pañuelos blancos las historias de las víctimas de la guerra. La mayoría de integrantes del colectivo BPG —aunque sí hay varios casos— no cuentan con un familiar desaparecido o asesinado; su motivación nace de un ejercicio de responsabilidad, empatía y tiempo[3].

BPG se define como un “conjunto de personas de edades, profesiones y creencias diferentes” cuyos objetivos son: 1) Bordar por la esperanza de encontrar la Paz; 2) Transformar la estética de lo detestable y de lo innombrable en “cosas bellas”; 3) Nombrar y visibilizar a los muertos y a los desaparecidos en esta “guerra siniestra”[4]. Los pañuelos reflejan diversas violencias: el rojo, simbolizando el baño de sangre, se utiliza para las personas asesinadas; el verde, que simboliza la esperanza, para las personas desaparecidas; en negro se bordan poemas y denuncias, en morado o rosa feminicidios; en azul se han bordado pañuelos con consejos para los migrantes que siguen la ruta hacia Estados Unidos.

Las historias que narran los pañuelos provienen en gran parte de un conteo-nombramiento nacional de muertes por violencia en México llamado “Menos Días Aquí”,que mantiene activo desde 2010 la asociación Nuestra Aparente Rendición[5],  afincada en Barcelona, y que busca generar procesos de concientización y de promoción de Paz en México. Las jornadas de bordado constituyen el centro de las actividades del colectivo BPG y han tenido lugar, hasta recientemente, todos los domingos de once a dos de la tarde en el Parque Rojo o Parque de la Revolución. Actualmente se borda el segundo y último domingo de cada mes. A parte de las jornadas de bordado el colectivo ha participado en manifestaciones y otras actividades contra la violencia. Cabe destacar los dos Memoriales, organizados en 2012 y 2013, en el marco de las celebraciones de Día de Muertos, en tributo a las víctimas y a sus familias, eventos ceremoniales que no solo han enfatizado en la importancia de llevar a cabo procesos de memoria, sino también de crear un espacio de emocionalidad colectiva que puede resultar imprescindible como forma de iniciar un proceso de superación del presente traumático.

En México el bordado como tal no existió en la época prehispánica (lo que había eran brocados en telar de cintura) sino que llegó con la colonización europea, cuyas técnicas y materiales fueron apropiados por las comunidades para expresar elementos de sus cosmogonías, identidades o tradiciones propias (Jáuregui, 2012). Aunque como práctica de reproducción social no era privativa de las mujeres (sabemos por ejemplo del caso de los hombres indígenas mazahuas del Estado de México, que tejen gorras o guantes) el bordado fue y ha sido asociado a la “esfera” de lo femenino y a la división sexual del trabajo por parte de la cultura mexicana mestiza (hegemónica y androcéntrica). Está por consiguiente ligado, no a lo biológico ni a lo natural, pero sí a una experiencia social específica de las mujeres que se relaciona con su rol de tejedoras de comunidades y de «pasadoras de memoria» (Joly, 2009: 118).

Muchos de estos elementos asociados con el bordado están presentes en la iniciativa Bordamos por la Paz, solo que en este caso una misma técnica y una misma práctica se transforman en medio y en canal para una estrategia de denuncia de la violencia; en un acto de memoria presente que busca devolverle a la vida el valor que merece y que ha perdido, y en una demanda por la recuperación de la cotidianidad y por el remiendo del tejido social.

En América Latina encontramos algunos ejemplos, que han sido objeto de diversas investigaciones, de cómo la recuperación y resignificación material y simbólica de una práctica como el bordado lleva consigo grandes demandas políticas.

El primero de los ejemplos es La Ruta Pacífica de las Mujeres en Colombia, la mayor y más conocida internacionalmente de las organizaciones de mujeres por la Paz en Colombia, conformada en los años noventa. La Ruta se define como un movimiento pacifista, antimilitarista y feminista que busca una solución negociada al conflicto y exige procesos de justicia, verdad, reparación y memoria. Funciona como una red de más de 300 organizaciones y grupos de mujeres de más de ocho regiones (mujeres de tribus indígenas, afrocolombianas, jóvenes, campesinas, urbanas, desplazadas, etc.). La socióloga y activista feminista Cynthia Cockburn, quien ha realizado un interesante análisis sobre la iniciativa, afirma que uno de los objetivos principales de La Ruta es la desconstrucción del simbolismo dominante de la violencia y la guerra y su sustitución por “un nuevo lenguaje visual y textual, y por rituales creativos y otras prácticas que «recuperan lo que las mujeres trajeron al mundo»” (Cockburn, 2009: 54). El uso de lo ritual y del simbolismo no implica el abandono de la racionalidad, ni resta contenido político a la movilización, sino que utiliza las emociones para construir un lenguaje estético y ético de No Violencia. Estos elementos están, en mi opinión, profundamente presentes en el trabajo de BPG. Existe en ambas iniciativas un simbolismo cromático y semántico ligado al uso de los hilos: el hilo alude a un resarcimiento de la estructura social que se ha quebrado e implica un rechazo a la perpetuación del ciclo de la violencia. En su página web[6], las mujeres que conforman La Ruta explican este uso del simbolismo cromático: el amarillo para la verdad, el blanco para la justicia, el verde para la esperanza y el azul para las compensaciones. En sus marchas bordan tapices con banderas e imágenes y utilizan el tejido como una metáfora que alude a las conexiones y a los ciclos, y en particular a la desconstrucción del significado de la violencia y a la construcción de una cultura de la coexistencia pacífica, que no depende únicamente de la ausencia de guerra sino de “la reconstrucción moral, ética y cultural de cada pueblo, ciudad o región”[7].

El segundo ejemplo lo encontramos en el Chile de Augusto Pinochet, con el movimiento de las arpilleristas, quienes eran mujeres trabajadoras, campesinas, etc., que desde una necesidad de supervivencia ante la miseria y la pobreza extrema elaboraron estos tapices como expresiones colectivas de resistencia ante la brutalidad de la represión impuesta por la dictadura. El movimiento aparece hacia 1973, en un inicio desde la clandestinidad, con la organización de talleres y el apoyo de la Iglesia Católica. Las arpilleras no incluían historias sino que recreaban momentos de la vida cotidiana, ocupando un espacio donde la palabra no era posible: escenas que representaban la búsqueda de los desaparecidos, las detenciones arbitrarias, la pobreza extrema, etc. Como ha analizado Marjorie Agosín (2007), éstas hablaban desde una habilidad considerada tradicionalmente como femenina, desde una técnica nacida de la imaginación y la necesidad, en los que las mujeres hacían converger temáticas, pero escogían sus propios modos de expresión. Con ello, estas mujeres se convertían en sujetas políticas y en actoras de un cambio social a través de objetos testimoniales que eran al mismo tiempo una forma de denuncia social y de escribir la historia política. Sin embargo, como en el caso de los pañuelos que se bordan hoy en día en México, las arpilleras no son solo un testimonio material; en cada hilo y en cada puntada se reconecta la historia de una vida truncada, que se articula con la historia de la persona que lo bordó, y con la propia historia de la arpillera o del pañuelo en tanto que objeto.           

Teóricas como Agosín y como la profesora de la Universidad de Michigan, Eliana Moya-Raggio, que han estudiado las arpilleras chilenas, coinciden en considerarlas como obras de arte que contienen narraciones de sucesos histórico-políticos y que tienen que ver con el mantenimiento de la memoria, con procesos de justicia y de verdad pero también y fundamentalmente con la humanización y el reclamo por la vida en un contexto de terror (Moya-Raggio, 1984). La discusión en torno al arte, y particularmente al arte popular, se vuelve pertinente y necesaria al analizar estas expresiones. En el caso de las arpilleras, por ejemplo, fueron claramente consideradas como una expresión colectiva y anónima de arte popular que pasaba por una necesidad de supervivencia de las mujeres, cual no es por ejemplo el caso de BPG, donde la expresión se origina en la responsabilidad individual y en la solidaridad política. Se trataba además de una producción colectiva que se vendía para subsanar estas necesidades.

Desde el comienzo de la iniciativa de bordar por la Paz en México se ha rechazado o se ha mostrado cierta reticencia a hablar de los pañuelos como de objetos artísticos, ya que se ha considerado que ello empaña su fuerza como vehículos de protesta, y sobre todo, los aleja de lo colectivo para volverlos objetos destinados al consumo de un reducido grupo social, tradicional consumidor del Arte (con mayúscula). No obstante, desde otra perspectiva, alejada de las instituciones encargadas de regular el gusto y la mirada sobre los objetos, podríamos, también, ver esta iniciativa como una forma de arte grupal que retoma ciertas técnicas de una práctica (que ha sido tanto artesanal como artística) y teje objetos que buscan al mismo tiempo comunicar una denuncia y ser ellos mismos un soporte para la reconstrucción de las relaciones sociales minadas por la violencia. En este sentido, asumiendo la complejidad y las limitaciones (las de nuestras investigación, en primer lugar) de un análisis del colectivo BPG desde la perspectiva artística, o del arte popular, sí nos parece pertinente ver los bordados como narraciones estético-políticas que confrontan la estética de la vida con la estética de la violencia y de la catástrofe que vive hoy México; como producciones colectivas que no entran en la lógica del valor impuesta por el mercado, que buscan recuperar el valor que la vida ha perdido, generando una forma de justicia que pasa por el reconocimiento de la humanidad y por la no estigmatización de las víctimas y que apela a la responsabilidad y a la concientización individual y colectiva.

 

BIBLIOGRAFIA:

Agosín, Marjorie (2008). Tapestries of hope, threads of love: The Arpillera Movement in Chile, Rowman & Littlefield, 2008.

Cockburn, Cynthia (2009). Mujeres ante la guerra: desde donde estamos, Barcelona: Icaria.

Ibarra Melo, María Eugenia (2007). “Transformaciones y fracturas identitarias de las mujeres en la acción colectiva por la paz”, Manzana de la discordia, nº4, pp. 73-84.

Jáuregui, Rosario, “Con hilo entreverado, las mujeres tejen toda una historia de identidad”, reportaje publicado por La Jornada el 19 de junio del 2012. Disponible en línea: http://www.jornada.unam.mx/2002/06/19/13an1cul.php?origen=cultura.html.

JolyMaud, “Guerre civile, violences et mémoires : retour des victimes et des émotions collectives dans la société espagnole contemporaine”, in Capdevila, Luc y Lamgue, Frédérique (2009).Entre mémoire collective et histoire officielle. L’histoire du temps présent en Amérique latine, Rennes: PUR, pp. 113-125.

Martín-Baró, Ignacio (ed.) (1990). Psicología social de la guerra: trauma y terapia. El Salvador: UCA editores.

Moya-Raggio, Eliana. (1984). “‘Arpilleras’: Chilean culture of resistance”, Feminist Studies, vol. 10, nº2, pp. 277-290.

Tarrés, María Luisa (2007). “Las identidades de género como proceso social: ruptura, campos de acción y construcción de sujetos”, en Guadarrama, Rocío y Torres, José Luis. (coord.). Los significados del trabajo femenino en el mundo global: estereotipos, transacciones y rupturas. Madrid: Anthropos, UAM, pp. 25-40.

—  (1996). Más allá de lo público y lo privado: reflexiones sobre la participación social y política de las mujeres de clase media en Ciudad Satélite. México: pp. 197-218.



[1] El MPJD se conformó en abril del 2011 tras el llamado del poeta cristiano y periodista Javier Sicilia, cuyo hijo acababa de ser asesinado junto con otras seis personas. Bajo los lemas “¡No más sangre!”,y “¡Paz con Justicia y Dignidad!” Sicilia logró convocar a diversos sectores de la sociedad civil (familiares de personas asesinadas y/o desaparecidas, organizaciones de Derechos Humanos, comunidades indígenas, movimientos sociales como el EZLN, personas a título individual, etc.) en torno a dos reivindicaciones principales: el cuestionamiento de la Estrategia Nacional de Seguridad que había puesto en práctica la Administración del presidente Felipe Calderón, así como la exigencia de visibilización y de justicia para las víctimas. Fuente: Pacto Nacional por la Paz, disponible en línea en: http://movimientoporlapaz.mx/documentos-esenciales-del-movimiento/pacto-nacional-por-un-mexico-en-paz-con-justicia-y-dignidad/. Última consulta: 15 de julio.

[2] Poco después (y casi en paralelo) de la aparición del colectivo BPG surgieron (y han ido surgiendo posteriormente) otros grupos de bordados en varias ciudades y estados del país (Monterrey, Puebla, Sonora, Estado de México, Veracruz, Baja California, Morelos, etc.), así como fuera de México, en Estados Unidos y Europa, pero también en otros países del continente latinoamericano, como Brasil o Argentina. Si bien todos tienen en común una misma reivindicación y herramienta de movilización, los grupos obedecen a lógicas de movilización y organización propias.

[3] En efecto, el colectivo está mayormente conformado por mujeres y hombres de clase media. A efectos de mi investigación, que focaliza sobre los procesos de subjetivación de las mujeres, los análisis de la socióloga María Luisa Tarrés son particularmente acertados, ya que, como ésta ha señalado, las mujeres de clase media, a diferencia de las de sectores populares, “presentan la ventaja de enfrentarse a menos obstáculos estructurales cuando deciden formar parte de organizaciones sociales” (Tarrés, 1991: 85). Aunque no es posible extraer afirmaciones generales, basadas exclusivamente en la clase, sobre los factores de participación, sí permite entender ciertas dinámicas, como por ejemplo el hecho de que las mujeres con escasos recursos y/o aquéllas que están inmersas en procesos de búsqueda de sus familiares, dispongan de menos tiempo para invertir en este tipo de acción colectiva.

[4] Elaboramos esta definición a partir de la información publicada en el blog del colectivo, así como de la recogida a través de entrevistas. Ver: http://bordamosporlapaz.blogspot.mx/. Última consulta: 14 de julio.

[5] Nuestra Aparente Rendición (NAR) nace en agosto de 2010 tras la matanza de 72 migrantes centroamericanos en San Fernando (Tamaulipas). Se constituye primero como un blog de reflexión y posteriormente como página web, y actualmente funciona gracias al esfuerzo de colaboradores y voluntarios. NAR mantiene activo el único conteo-nombramiento civil y nacional de víctimas de la violencia en México, llamado “Menos Días Aquí”, que suma desde el 12 de septiembre de 2010 hasta el 14 de julio del 2014 50,446 muertes, y trabaja conjuntamente con otras asociaciones de la sociedad civil como colectivos de desaparecidos, periodistas, estudiantes o grupos que trabajan con migrantes. Ver: www.nuestraaparenterendicion.com. Última consulta: 15 de julio.

 

[6] Ver: http://www.rutapacifica.org.co/. Última consulta: 15 de julio.

[7] Íbid.

 

 

 

Información adicional

  • Por: : Cristina Reyes
  • Fecha: 31 de julio de 2014
  • Más información::

    Ponencia presentada en el marco del Primer Coloquio sobre “Mujeres, Feminismo y Arte Popular de México” celebrado el 7 y 8 de mayo en la UAM Xochimilco.

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