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La noche del jueves pasado regresé a casa con el ánimo pisoteado. Había ido a la marcha por nuestros 43 y ésta no había sido como la había imaginado, que de tan numerosa le daría de nuevo vuelta al mundo. ¿Fue culpa de la hora? ¿Del día? ¿Del miedo a los infiltrados que todo pintarrajean? ¿O sólo fueron mis falsas expectativas? Estaba tan frustrado que el alemán Hans Mangnus Enzensberger podría haber sido la poesía de fondo. “(…) Perder el pelo, perder la calma, ¿me explico? (…) perder, perder, y volver a perder, hasta las ilusiones perdidas hace tanto tiempo (…)”. Si en ese momento hubiera hecho mi propia declaración de pérdidas, habría incluido el tipo de cosas que uno va perdiendo cada día. Como el amor, como la patria.

Pasadas las horas, sin embargo, le paré a la melancolía porque entendí que no todo ha sido pérdidas. Es triste y lamentablemente cierto que las marchas aún no hayan logrado traer de vuelta a los 43 ni para hacerles justicia, pero si nadie hubiera salido a las calles es muy probable que Ayotzinapa no fuera un símbolo universal. Sin las marchas, los Abarca seguirían haciendo de las suyas en Iguala, Ángel Aguirre aún sería gobernador de Guerrero y su hijo fuera hoy candidato a la alcaldía de Acapulco. Sin las marchas, Peña Nieto nunca hubiera cancelado el desfile del 20 de Noviembre y Murillo Karam continuaría despachando en la PGR. Lo del veto presidencial al contrato amañado del tren DF-Querétaro, el escándalo de la casita en Las Lomas, los conflictos de interés y la pérdida de credibilidad que atraviesa Peña son algunos daños colaterales que ha sufrido el sistema gracias a un pueblo cansado y contradictoriamente aguantador.

Los movimientos sociales son así, efímeros y espontáneos, mas muestran su efectividad. En 1988, las marchas no consiguieron que Salinas dejara la presidencia, solo cambiaron, aunque sea poco, las reglas electorales. Las manifestaciones en contra de la violencia no han parado a la muerte; han ayudado, eso sí, a que tengamos más noción sobre el horror y la corrupción. No, no es conformismo. Lo que digo es que debemos seguir picando piedra porque esta lucha es larga, muy larga. Ojalá pudiéramos extirpar a la corrupción y a la impunidad en 24 horas, ojalá mañana volvieran a casa todos nuestros desaparecidos o tuviéramos tranquilidad. Por desgracia, nuestro sistema político impide alcanzar ese mundo mejor.

Decía el sociólogo español Jesús Ibáñez que una revolución es una gran conversación, un rescate del ser de las garras del valor. La desgracia de Ayotzinapa, seamos miles o miles y miles en las calles, ha traído de vuelta esa conversación. Ignoro si es el inicio o la continuación. Lo que sea, ya es ganancia en un país donde sólo platicábamos los mismos de siempre.

Quizá a ninguno de nosotros nos alcance el tiempo para ver ese día en que la casa lo pierda todo (la democracia es inacabable). Pero no por ello dejaremos de hacer una declaración de ganancias. Sigamos con la protesta, aunque sea con memes de Carmen Salinas.

Posdata:

“Tomad lo que os han quitado, tomad a la fuerza lo que siempre ha sido vuestro, gritó, congelándose en su ajustada chaqueta (…) Entendían bien lo que él decía, pero no lo entendían a él. Sus frases no eran las frases de ellos. Golpeados por otros miedos y otras esperanzas, aguardaban allí pacientemente con sus bolsos, sus rosarios, sus raquíticos hijos, recostados en las barandas, dejaron pasar a otros, prestándole atención respetuosamente, y esperaron hasta que se ahogaron”: Hans Mangnus Enzensberger. Canto V. El Hundimiento del Titanic.

Siempre queda la esperanza para no ahogarnos

 

 

 

Información adicional

  • Por: : Alejandro Almazán
  • Publicado originalmente en:: Más por más
  • Fecha: 3 de marzo de 2015

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