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De promesas y ausencias: cuando la palabra no vale

De promesas y ausencias: cuando la palabra no vale revoluciontrespuntocero.com

Me pruebo en el lenguaje en que compruebo el peso de mis muertos

Alejandra Pizarnik

 

Cada hijo es único, cada hijo es especial, cada hijo es diferente, los ama uno a todos por igual… Palabras de Sandra Luz Hernández, asesinada el 12 de mayo de 2014 en Culiacán Sinaloa, después de recibir una llamada en la que la citaron para dar información acerca de Edgar, su hijo desaparecido. “[El gobernador] nos prometió cosas que realmente no ha cumplido […] no actúa, no hace nada […] para el gobierno las desapariciones es algo normal, es algo que siempre tienen la culpa los muchachos…” (Testimonio tomado de: http://aristeguinoticias.com/1505/mexico/video-ella-era-sandra-luz-hernandez-activista-asesinada-en-sinaloa/).

La experiencia humana está marcada por la práctica de la palabra, la vitalidad de cada cuerpo, su posibilidad de vivir, su forma de hacerlo, se ponen en juego en el lenguaje. Cada vida humana como integrante de un grupo social atestigua de esos acontecimientos, el cuerpo está expuesto a los efectos de las prácticas políticas, éstas pueden tener implicaciones directas en algunas experiencias amorosas, las cotidianas, la de los padres y las madres, de las amistades, de las parejas. En México, los órdenes político y social que hacen posible la situación de extrema violencia, las prácticas de exclusión, despojo, conllevan a que las prácticas políticas tengan efectos particulares en ciertas relaciones de amor, tal como lo muestran los múltiples testimonios de madres, padres, amigos, que han perdido seres queridos por desapariciones forzadas. Aquí las promesas de los políticos profesionales entran en escena: a quienes tienen un ser querido desaparecido se les promete que el poder del Estado estará de su lado hasta encontrarles -vivos o muertos- y hasta hacer la justicia que se le ha de hacer a cada un@. Promesas que, por lo demás, forman parte del estilo del discurso oficial, el cual ya anticipa su incumplimiento. Hay sin embargo un elemento importante que suele dejarse de lado: los padres, las madres, los amigos, los seres queridos, reclaman justicia no solo como sujetos jurídicos a los que la ley ha de atender en razón de un procedimiento protocolar, en estas experiencias está en juego el dolor y el amor de quienes están a la espera de ser encontrados y de quienes esperan encontrar.

Las promesas de los políticos profesionales son de incumbencia pública, no solo forman parte de la vida privada de aquellos a quienes se promete, cobran relevancia al situarse en la confluencia de los acontecimientos que directa, indirecta o potencialmente afectan a cada uno de quienes participamos de un grupo social. Esas promesas parecen cumplir la función de intentar legitimar el discurso oficial, es decir, de aquel poder que habría de moderar, alterar, atender, los asuntos públicos como la seguridad y la impartición de justicia, entre otros. La promesa entonces se presenta como un instrumento del poder político que opera utilizando la pasión, el dolor, el amor, el goce, la vida misma, de aquellos a quienes se dice gobierna, al producir la ficción de que esos ámbitos sean los ejes de las políticas y acciones públicas, mientras que al mismo tiempo no son efectivamente sino aspectos residuales de la práctica política en la vida cotidiana, es decir, el espectáculo político parece introducir esos elementos en sus discursos oficiales en la misma operación que los reduce a desechos del poder.

En otros términos, los cuerpos y las subjetividades aparecen como esos elementos de escasa importancia para la realización de los proyectos del Estado o de los de las prácticas de dominación. Y esas formas cobran la vida de quienes menos se espera o de quienes cuestionan tal orden hasta puntos extremos, como se ha visto en el caso de Nepomuceno Moreno, Sandra Luz Hernández, Maricela Escobedo, entre algunos otros que han muerto en la búsqueda de sus seres queridos, en tanto que esta búsqueda implica la confrontación directa con el discurso y prácticas de poder en sus ejercicios variados, los del Estado, los del llamado crimen organizado… Las promesas en la política oficial no hacen sino reforzar esa consideración, esas operaciones: se dicen para no cumplirse.

El filósofo italiano Giorgio Agamben ha estudiado cómo en el ámbito político la palabra ha perdido su valor de pacto, cómo ha tomado lugar un debilitamiento del vínculo que unía al viviente con su lengua, a partir de la banalización de la palabra en este campo, de manera que han surgido formas inéditas de prácticas  políticas cada vez más próximas al estado de excepción como norma,  que afectan y que son afectadas por las relaciones sociales, dando paso a la preponderancia de la nuda vida, es decir, la vida desnuda despojada de su carácter humano en la que el viviente se ve cada vez más reducido a una realidad puramente biológica (Agamben, Giorgio: El sacramento del lenguaje: Arqueología del juramento; Adriana Hidalgo Editora; Argentina, 2010). El caso de México no queda fuera de este procedimiento: lo demuestran los retenes establecidos en algunas carreteras, que violan el derecho de libre tránsito, así como la desprotección en la que nos encontramos ante sucesos como las desapariciones y las muertes violentas, que no en pocas ocasiones han ocurrido precisamente en estos retenes montados por las fuerzas de seguridad del Estado.

En nuestro país las desapariciones forzadas que se presentan tienen una peculiaridad que las distingue de otras formas que han ocurrido en diferentes momentos históricos y puntos geográficos: no se dan por motivos de racismo o solo de oposición al régimen de gobierno, tal como ocurrió, por ejemplo en la Alemania nazi, con el plan Nacht und Nebel, niemand gleich (Noche y niebla, ya no hay nadie), proyecto para desaparecer opositores al régimen sin dejar rastro alguno, ningún testimonio ni registro de los hechos o de sus circunstancias (Mastrogiovanni, Federico: Ni vivos ni muertos: La desaparición forzada en México como estrategia de terror; Grijalbo; México, 2014). En México se plantea una problemática compleja ya que las desapariciones no solo afectan a un sector determinado de la población, sino que cualquiera, por una cuestiones más o menos azarosas, puede ser desaparecido sin que jamás pueda saberse sobre su paradero o sin tener testimonio de los hechos ni saber qué ocurrió con esa vida.

Por otro lado, las múltiples prácticas capitalistas operan con uno de sus principios básicos: la individuación de cada sujeto que ha de vérselas por él mismo ante las vicisitudes que la vida plantea, anulando casi toda posibilidad de vida en comunidad. En la sociedad mexicana este aspecto puede estar presente en algunos sectores, en los que predomina el que cada quien se rasque con sus propias uñas, expresión que demuestra la ferocidad implicada en la forma capitalista del lazo social contemporáneo, y que toma un carácter especial en el caso de quienes han perdido un ser querido.

El miedo, la desesperanza, el desamparo, como experiencias compartidas en la actual situación de este país, no son asunto exclusivo de cada individuo aislado, sino que se trata de algo que atañe colectivamente a todos los que nos vemos tocados de diferentes formas por los hechos y acontecimientos que nos asaltan, así como por las diversas promesas de la clase política. Así, la producción y la invención de espacios en los que podamos movernos por los deseos, por aquello que dé rumbo a la vida de cada quien, no es posible realizarlas sin la relación activa con otros. Desde luego que esto ocurre también allí donde el dolor orienta a madres, padres, hermanos, amigos, en la búsqueda de quienes han muerto o desaparecido, para lo cual han creado espacios que van más allá del hogar; espacios en los que las instituciones oficiales se ven rebasadas en sus funciones, en el momento en que aquellos llevan a cabo las investigaciones y búsquedas que correspondería al Estado realizar.  Estas experiencias dan cuenta, por otro lado, de que el poder estatal no puede controlar ni instituir el amor, el recuerdo, el olvido, la supresión o superación del dolor por los muertos y desaparecidos. Hay entonces cierto ámbito subjetivo en el que el Estado no puede ejercer dominio ni control. 

Información adicional

  • Por: : Iván Rafael Ambríz González y Paola Alejandra Ramírez González
  • Biografía: *Estudiante de la Licenciatura en Filosofía, Universidad de Guadalajara Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. *Candidata de la Maestría en Ciencias Sociales, Universidad de Guadalajara Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
  • Fecha: Julio 2014

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